viernes, 11 de noviembre de 2011

Giacomo Leopardi

Giacomo Leopardi (1798-1837), poeta y erudito italiano, cuyos poemas se caracterizan por un profundo pesimismo, unido a una exquisita sensibilidad y a una notable perfección formal.
Nació en Recanati en el seno de una familia aristocrática y conservadora. De niño, estudió con preceptores privados y después solo, con la ayuda de la riquísima biblioteca paterna. Aprendió latín, griego y hebreo y algunas lenguas modernas. A los dieciocho años ya era un erudito con una gran formación filológica y había traducido el primer canto de la Odisea de Homero y el segundo libro de la Eneida de Virgilio. En sus comienzos como escritor, Leopardi atrajo la atención del público a través de su oda patriótica All’Italia (A Italia, 1818), pero hoy en día es reconocido, en cambio, por ser el mayor poeta lírico de la Italia del siglo XIX.
En 1816 entró en una crisis espiritual que le hizo cuestionarse toda su formación. Si a ello se añade la salud enfermiza que lo acompañó toda la vida, se comprende que escribiera la cantiga en tercetos La aproximación de la muerte (1816), un trabajo visionario en el cual el poeta siente la muerte inminente como una liberación. En 1819, de nuevo, la enfermedad se cebó con él, esta vez en forma de ceguera temporal durante la cual estuvo alejado de los libros, la escritura y el estudio. Así su carácter se hizo reflexivo y tomó conciencia del contraste entre su intensa vida interior y su incapacidad para comunicarla.
Esta nueva situación le hizo abandonar sus estudios filológicos y entregarse a la poesía de corte patriótico, como A Italia o En el monumento de Dante. El cambio de postura literaria fue acompañado de uno intelectual, ya que se alejó de su fe religiosa en aras de una concepción del mundo mecanicista y animista. Asimismo empezó a sentirse oprimido por el ambiente familiar, al que consideraba como la causa de sus males, y se marchó a vivir a Roma, pero la experiencia resultó desastrosa y volvió a Recanati sumido en la más absoluta depresión.
Así se inició un periodo pesimista, como puede apreciarse en las páginas de Zibaldone (1817-1832), una serie de escritos de tipo personal y moral, sin ninguna intención de que formaran un cuerpo único y orgánico, y que se publicaron después de su muerte como homenaje en el centenario de su nacimiento. Leopardi opone la inocencia y felicidad del estado natural a la condición actual del ser humano, corrompido por el racionalismo moderno que, necesariamente, lleva a la insatisfacción. Insiste en su argumento en Obras morales (1824-1832). Cuando traslada esta filosofía a la lírica, el tono dominante, la melancolía, le hace escribir algunos de sus poemas mejor construidos, como "El infinito", "La tarde del día de fiesta", "A la luna", "El sueño" o "La vida solitaria", todos ellos del periodo transcurrido entre 1819 y 1821.
Realizó otro nuevo intento de alejarse del opresivo hogar paterno con resultados no del todo satisfactorios, porque su salud endeble le hacía volver a Recanati de vez en cuando, entre 1825 y 1830.
Estuvo en Milán, Bolonia, Pisa y Florencia trabajando para distintas editoriales y realizando ediciones de autores clásicos. Hizo amistad con Pietro Coletta, Niccolò Tommaseo, Giovanni Battista Niccolini y Alessandro Manzoni, que siempre le alentaron a que trabajara. A este periodo corresponden la canción "El Risorgimento" y el poema "A Silvia", uno de sus poemas amorosos más ricos y tristes.
En uno de sus regresos a Recanati se encontró con los objetos y lugares de su infancia, que le inspiraron los poemas clasificados por la crítica como "grandes idilios", entre los que se encuentran "Recuerdos", "La calma tras la tempestad", "El sábado en el pueblo", "Canto nocturno de un pastor errante en Asia", todos ellos de 1829, o "El pájaro solitario", que no acabaría hasta sus últimos años. En 1830 su amigo Pietro Coletta lo animó a que publicara los Cantos, es decir, los poemas que había ido publicando sueltos en revistas o permanecían inéditos, y que constituyen su obra poética más importante.
Una nueva amistad fue fundamental en los últimos años del poeta: el napolitano Antonio Ranieri, hombre extravertido y fiel que trató de hacerle ver la vida con más optimismo. De hecho conoció a una mujer, Fanny Targioni Tozetti, con quien mantuvo una plácida relación amorosa que, no obstante, acabó en una amarga desilusión. Sin embargo, durante el enamoramiento escribió los poemas "El pensamiento dominante" (1831), "Amor y muerte" (1832), "A sí mismo" (1833) y "Aspasia" (1834), en los que el amor es concebido como la superación del tedio y se afirma que el hombre no se enamora de una mujer, sino del amor mismo, o de la idea que se tenga de él.
Ante el asma que avanzaba, Ranieri lo llevó a Nápoles, pero la benignidad del clima no consiguió curar ni su cuerpo ni su espíritu. Afligido y ansioso por una muerte que tardaba en llegar, escribió, entre 1834 y 1837, la mayor parte de sus escritos satíricos: Los nuevos creyentes, Palinodia al marqués Gino Capponi y Paralipómenos de la Batracomiomaquia, este último una sátira seudohomérica sobre la lucha entre las ranas y los ratones, que simbolizan las inútiles y desordenadas sublevaciones de los patriotas italianos contra los austriacos (véase Risorgimento).
Sus dos últimas creaciones son un reflejo de su vida: en La ginestra (La retama, 1836) recupera su espíritu juvenil para rebelarse contra la naturaleza y el destino; en los versos de El ocaso de la luna (1837) revela una inmensa tristeza, y se cuenta una anécdota que sirve para ilustrar, desde el punto de vista biográfico, esta composición: por su falta de fuerzas, a punto ya de morir, tuvo que dictar a Ranieri la última estrofa.
Para Leopardi, la poesía es una iluminación interior, rápida y secreta. Por lo tanto, la verdadera poesía sólo puede ser la lírica. Ahora bien, esa iluminación interior sólo se convierte en poesía si se la somete a un proceso de reflexión y elaboración, perfeccionando su ritmo, su musicalidad y sus imágenes.
Sus mejores obras son los idilios de la época juvenil y los de los últimos años. La poesía de Leopardi no se expresa en estrofas ni estructuras fijas, por lo que construye sus composiciones sólo con versos endecasílabos, o combinando endecasílabos y heptasílabos, unas veces con rima y otras no, reunidos en estrofas de extensión variable, con lo que supera las fórmulas métricas tradicionales (véase Versificación). Preocupado por el efecto musical y sonoro de la poesía, usó la puntuación de una manera muy personal, prestando especial atención a las pausas métricas y rompiendo estructuras lógicas gramaticales.

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